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Presidencia de Alfredo Baldomir

 PRESEDENCIA DE  ALFREDO BALDOMIR

Cuando el segundo gobierno de Gabriel Terra está llegando a su fin, se realiza la elección presidencial y parlamentaria el 27 de marzo de 1938, en las que por primera vez votan las mujeres uruguayas, habiendo 168.942 mujeres inscriptas en el Registro Cívico, y 513.792 hombres.
El terrismo (sector del Partido Colorado) presentó dos fórmulas: una encabezada por el General Arquitecto Alfredo Baldomir (cuñado de Terra) y otra encabezada por el Dr. Eduardo Blanco Acevedo (consuegro de Terra). 
Los herreristas (sector Partido Nacional) que apoyaban al régimen de Terra, también llevaron dos candidatos: Juan José de Arteaga (apoyado por Luis Alberto de Herrera) y Justo M. Alonso, con el respaldo de algunos diputados distanciados de Herrera.
Los partidos Comunista y Socialista participaron bajo el lema común “Por las Libertades Públicas”, con la fórmula Emilio Frugoni-Ulises Riestra, aunque no llegaron a acordar un programa común y presentaron listas separadas al Parlamento.
Los Batllistas y los blancos independientes, declarados opositores de Terra, volvieron a abstenerse, debido  a la Ley de Lemas que disponía la posibilidad de perder su identificación como divisas tradicionales si formaban un frente opositor. 
La participación alcanzó solo al 57,2% de la población: habían 636.171 ciudadanos habilitados, votaron solo 336.711.
El Partido Colorado volvió a ganar con 219.311 votos, ganando la fórmula Alfredo Baldomir-César Charlone (el cargo de vice presidente fue creado con la Constitución de 1934) obtuvo 121.259, contra
97.998 de Blanco Acevedo-Martínez Thedy. 
No faltó el comentario machista de que Baldomir había ganado gracias al nuevo voto femenino, ya que con su cuidado peinado y su bigote era parecido a Clark Gable, galán de Hollywood.

Gobierno de Alfredo Baldomir
Baldomir, nacido en Paysandú el 27 de agosto de 1884, gobernó entre 1939 a 1943. En la campaña electoral, Baldomir buscó quedar bien con todos: reivindicó la “Revolución de marzo” (el golpe de Estado de marzo de 1933) pero se quejó del “caudillismo asentado en las influencias oficialistas”.
Su gobierno comenzó un proceso que condujo al retorno del Batllismo al poder, alejándose del Herrersimo dentro del Partido Nacional y del sector que obedecía a Blanco Acevedo dentro del Partido Colorado. La presión por cambios llevó al Presidente Baldomir a buscar alianzas con los batllistas y también con los nacionalistas independientes para llevar adelante un proceso que permita cambiar la Constitución. Los batllistas y el nacionalismo independiente dejaban en claro que su oposición no era hacia Baldomir, sino hacia el terri-herrerismo. Comenzaba una constante aproximación al presidente, lo que le permitió a éste romper con la “alianza de marzo”. 

En su discurso de asunción, Baldomir dejó abierta la posibilidad de una reforma de la Constitución, lo que le que permitió a la oposición dirigir su acción hacia ese objetivo, y apenas un mes más tarde, el 25 de julio, organizaron un acto público bajo la consigna “por una nueva Constitución y leyes democrá­ticas”. Esta convocatoria sin precedentes en la historia del país (al que concurrieron unas doscientas mil personas), dejó en claro la voluntad mayoritaria por un cambio político. 
Los batllistas, nacionalistas independientes, socialistas y comunistas, junto a estudiantes y organizaciones sindi­cales, se unían en el rechazo al “régimen de marzo”, pero se dividían en cuanto a los pasos a adoptar. Mien­tras batllistas y blancos independientes optaron por mante­ner  una conducta abstencionista, los socialistas y comunistas (también enfrentados viejas polé­micas) optaron por presentarse a elecciones e incluso en 1938 hicieron una alianza electoral, al obtener los candidatos socialistas, Frugoni y Riestra, el apoyo transitorio de los comunistas. Pero lo cierto es que la oposición mostró signos de debilidad que les impidió concretar acciones conjun­tas eficaces.

La legislación electoral de 1939 también enfrentó a las fracciones partidarias a duras opciones e intensas polémi­cas internas. La ley de lemas obligaba a batllistas y naciona­listas independientes a optar entre volver a la matriz original y entonces sumar sus votos con sus oponentes, o abando­nar su historia, tradiciones, símbolos, nom­bres. Por su parte, el Partido Comunista instaba a “agruparse al lado del gobierno” para derrotar la “subversión herrerista-fascista”. Los socialistas y la Agrupación Demócrata Social de Quijano criticaron duramente estas posturas de acercamiento al gobierno, sin lograr articular otra alternativa.
El transcurso de la Segunda Guerra Mundial allanó el terreno, fortaleciendo y solidificando nuevos alineamientos. Baldomir estuvo acompañado por gran parte de sus antiguos oponentes.

EL IMPACTO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
El triunfo de los regímenes fascistas en Europa y su política exterior agresiva, así como el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la posterior entrada de Estados Unidos en el conflicto, obligaron a los países latinoamericanos a definir con claridad sus conductas al respecto.
Uruguay había decretado el 5 de setiembre de 1939 su neutralidad frente a la guerra europea, pero luego estuvo decididamente a favor de los aliados y de las directivas estadounidenses. Además la causa aliada era vista por la opinión pública en general como la defensa de la democracia contra el avance del totalitarismo. El gobierno uruguayo era constantemente presionado por las representaciones diplomáticas de las dos potencias, que obligó a crear en el Parlamento una Comisión Investigadora para atender las denuncias de una posible conspiración de nazis uruguayos. Una supuesta conjura fue publicada en el New York Times de EEUU, detallando las actividades del presunto líder uruguayo Arnulf Fuhrmann con foto y todo. 
En los barrios de Montevideo se crearon grupos de "defensa pasiva", agrupados por manzanas, para denunciar a los sospechosos de actividades pro-nazis. El sensacionalismo y la falsedad ocupaban las primeras páginas de los diarios y las denuncias del agente William Stephenson que aseguraban que Uruguay era la base de una conspiración hemisférica para tomar el poder en Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil.
Baldomir no pudo soportar la consecuencia de ese estado de cosas. 
El país entero se contagiaba del clima bélico internacio­nal. En diciembre de 1939 la batalla de Punta del Este había acercado la guerra a nuestras playas. El 17 de diciembre el hundimiento del Graf Spee sacudió al verano montevideano. 
Crecían los rumores de una posible expansión nazi-fascista alimentaron los temores colectivos. La prensa publicaba las “listas negras” donde aparecían los nombres de comerciantes y empresarios vinculados con el nazi-fascismo, la sus­pensión del diputado colorado Kayel por su “prédica totali­taria”, la denuncia de una conspiración nazi (“el plan Fuhrmann”, que contenía un plan de ataque al país para convertirlo en una “colonia alemana de campesinos”) 
La marcada tendencia pro aliada en la política oficial agudizó el quiebre que el gobierno de Baldomir había heredado del período ante­rior. El herrerismo, con inocultables simpatías hacia el nazi-fascismo, esgrimía un “nacionalismo neutralista” y enjui­ciaba duramente toda concesión a Estados Unidos. Los planes de defensa continental, la adquisición de armamentos, las leyes de asociaciones ilícitas y de instrucción militar obligatoria, o la intención de asentar bases militares en el país, tuvieron amplia resonancia a nivel parlamentario gene­rando encendidos debates. Ya en 1940 los Blancos se opusieron a que se le diera autorización a EEUU para instalar una base militar en Uruguay.
La causa aliada quedó indefectiblemente envuelta en una actitud incondicional hacia Estados Unidos y fueron pocos los que advirtieron —Carlos Quijano y su Agrupación Demócrata Social se contaron entre ellos— el peligro que implicaba.
Herrera pasó a ser considerado “enemigo público número uno” y principal obstáculo para impulsar los planes “de solidaridad americana en la defensa continental”. 

EL CLIMA GOLPISTA
1941 fue un año preelectoral y cargado de graves pertur­baciones. En marzo, la situación de enfrentamiento con el herrerismo hizo crisis con el fin de la coparticipación ministerial esta­blecida por la Constitución del 34. Baldomir pidió la renun­cia de los tres ministros herreristas. Sostuvo que el Partido Nacional no tenía “título” para integrar el gabinete y hacer al mismo tiempo una política de oposición al gobierno. El nombramiento de dirigentes colorados para ocupar los car­gos vacantes —contrariando la letra constitucional que esta­blecía la coparticipación con el nacionalismo— aumentó los niveles de la tensión política. La sombra de un nuevo golpe pareció cernirse sobre el país. Sin embargo, se diluyó ante la reacción cautelosa del herrerismo.
En setiembre de ese mismo año apareció el diario presi­dencial El Tiempo. Baldomir, al igual que su predecesor, abría el año anterior al golpe su propio órgano periodístico. Ya en el segundo número, una caricatura invertida —donde aparecía un gran garrote con la leyenda “Política nacional: el argumento que se insinúa”— generó reacciones a nivel parla­mentario. El ministro del Interior, Pedro Manini Ríos, fue llamado a sala. Afirmó categóricamente que el Poder Ejecu­tivo estaba dispuesto a mantener la legalidad. Sin embargo, el alerta rojo ya se había encendido.

Ahora más que nunca se hacía imperativo acelerar la reforma de la Constitución de 1934, ya que ésta obligaba a compartir Senado, y ministerios con el herrerismo. 
En diciembre de 1941, en un acto en el Estadio Centena­rio, Baldomir reafirmó sus convicciones reformistas. El herrerismo, contrario a la “deforma” (así la llamaba Luis Alberto de Herrera, descalificándola), conservaba importantes espacios de po­der en el Parlamento y en la Corte Electoral, donde la alianza con los representantes colorados blancoacevedistas trababa toda posibilidad de impulsar la vía de la reforma. La Corte Electoral fue considerada como el bastión casi inexpugnable de las tendencias antirreformistas.

A comienzos de 1942 la situación se presentaba insalvable y los presagios de golpe se hicieron sentir con mayor virulencia. La prensa revelaba esas tensiones. El Día afirmaba “no hay Corte que valga para impedir que la reforma sea sancionada”. Los titulares del diario El Tiempo anunciaban en forma amenazante: “No habrá elecciones si no se nombra la Corte Electoral”. Ante esto el herrerismo promo­vió una nueva interpelación. La exposición del ministro, reafir­mando la solidaridad del presidente con las opiniones vertidas en su periódico, determinó una declaración de repudio del Senado. 
Horas después, en la madrugada del sábado 21 de febrero de 1942, se concretó el tan anunciado golpe de Estado, que pasó a la historia con el nombre de "golpe bueno". Al disolverse las cámaras, se formó un Consejo de Estado que tuvo como principales tareas la consideración del proyecto de reforma constitucional y preparar las futuras elecciones.
A diferencia del desarrollado en 1933 que no ocurrieron arrestos ni represión política. Si fue similar la total indiferencia de la población frente a los hechos que se estaban desarrollando. 
El resultado fue determinante en lo político, ahora los desplazados de cargos e influencia en el poder son los sectores terristas y los herreristas. 
Constitución de 1942 Los cambios fundamentales fueron:
-cambios en la integración del Senado: el Senado "medio y medio" fue sustituido por 30 miembros elector por el sistema de representación proporcional.
-Cambios en la designación de los miembros que debían ser designados entre personas que contaran con apoyo parlamentario.
-la eliminación del sistema de "cuotas" en la integración de los Directorios de los Entes Autónomos y Servicios Descentralizados.

EL 27 de noviembre la Constitución fue ratificada por plebiscito y se eligieron las nuevas autoridades de gobierno. A pesar de que el bipartidismo de Blancos y Colorados era respaldado por la Ley Electoral que prohibía la formación de otras coaliciones, los Nacionalistas Independientes fueron autorizados a participar en las elecciones como partido político, separados de los Herreristas. Los Batllistas apoyaron al candidato Colorado, Juan José de Amézaga que ganó las elecciones. Aparecía como el candidato más adecuado, porque no había estado vinculado al régimen de Terra o a los sectores radicales del batllismo. Su compañero de fórmula fue Alberto Guani, brillante diplomático.
Con Amézaga se produjo el retorno a la normalidad institucional y la plena vigencia de las garantías individuales. Su gobierno se destacó por el patrocinio de las obras públicas, convirtiendo al Estado en una fuente de trabajo. También impulsó las leyes de Consejos de Salarios, licencia anual por vacaciones, indemnización por despido y promovió la igualdad de derechos para la mujer.
Las elecciones de 1942 también marcaron el ingreso de mujeres al Parlamento por primera vez. Ya en 1938 se había habilitado el voto femenino, pero ninguna mujer resultó entonces electa. Ahora fueron electas la senadora Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli, por el riverismo colorado, y dos diputadas, Julia Arévalo de Roche, por el Partido Comunista, y Magdalena Antonelli Moreno, por la lista 15 del Partido Colorado.
Con el golpe de Estado del carnaval del 42 había ganado otra vez, como decía Quijano —quien solitariamente evocaba esta página de la historia— “el país de los atajos”.
Finalmente, el 14 de febrero de 1945, Uruguay declaró la guerra a Alemania y Japón y luego se adhirió las Naciones Unidas.

OBRAS DE GOBIERNO
El lapso entre la crisis mundial de 1929 y el comienzo de la crisis económica nacional de mediados de los 50, el Uruguay ensayó un modelo de desarrollo y proyectó la sustitución de importaciones, creciendo la industria y una nueva clase obrera urbano-industrial. Al mismo tiempo ocurrió una importante organización de los asalariados y varios intentos de lograr la unidad sindical.
Desarrollo industrial y nueva clase obrera: Contando con un proceso de acumulación previo, se dieron condiciones internas y externas para el desarrollo de una industria liviana en el país, creciendo el sector secundario y la población activa a él vinculada. Continuó aumentando la urbanización y la tendencia a la concentración de población y de la industria en la capital del país. Estos procesos fueron el marco del crecimiento en los años 30 y 40 de una nueva clase obrera urbano-industrial, básicamente montevideana.
El Estado y los sindicatos:  El Estado, en un nuevo marco de fuerzas sociales y políticas (retornó el batllismo y creció el influjo de los industriales, con Amézaga –1943-1947- y Luis Batlle Berres, 1947-1951), manifestó una nueva sensibilidad hacia los trabajadores y sindicatos, renovando las políticas sociales de “protección” e impulsando prácticas de negociación colectiva tripartitas como los Consejos de Salarios (CS). Las concepciones del “bienestar”, condicionaron y contribuyeron a la emergencia de una clase obrera y un nuevo sindicalismo que fue adquiriendo fuerza propia y que mayoritariamente tuvo “un entendimiento” con el Estado, al menos hasta 1946. Con un antecedente en los resultados de una investigación parlamentaria sobre las condiciones de vida salarios (a iniciativa del diputado comunista Eugenio Gómez) los CS posibilitaron aumentos salariales importantes; ordenaron las luchas por el salario canalizando los conflictos; “obligaron” a votar a los obreros y ayudaron a la formación de nuevos sindicatos, que por otra parte impulsaron y orientaron militantes de organizaciones de izquierda, comunistas, socialistas y anarquistas. Los CS fueron un instrumento de integración social de los trabajadores a la vez que un espacio de confrontación de poderes en que aquellos mantuvieron cierta autonomía.
La vida sindical: En esos años nació un nuevo tipo de organización muy distinta al sindicalismo “finalista”, de “oposición” (según los objetivos y formas de accionar) y de “oficios” (según su estructura predominante). Aparecieron los sindicatos y federaciones por rama de actividad (sindicatos de industria en la construcción, metalúrgica y textil, de servicios como bancarios, de funcionarios públicos como maestros, UTE y OSE). Se conformó y luego desarrolló el denominado “sindicalismo de masas”, al que algunos identificaron como “dualista” (mientras la “dirección” sindical tenía metas mediatas, la “base” inmediatas o “reivindicativas”, Errandonea-Costábile).
A comienzos de los 40 se intentó formar una central única de trabajadores, en el marco del resurgimiento sindical mencionado (urbano y en algún caso rural). Pero la heterogeneidad ideológica del sindicalismo y la compleja situación internacional durante la Segunda Guerra y luego la “guerra fría”, generaron trabas a una central única, existiendo además de la Unión General de Trabajadores (UGT, creada en marzo de 1942), la coordinación del “Comité de Relaciones Sindicales” (1943), sindicatos de origen católico y “autónomos” en todo el período (todos de muy variado origen ideológico), y las muy decaídas en su fuerza, FORU y USU. 
La clase obrera como fuerza social y sus “culturas”. En los años 40 pudo percibirse la emergencia de la clase obrera como fuerza social: tanto en los conflictos y sindicatos como en la vida de los barrios obreros y en las grandes concentraciones de trabajo sobre todo en Montevideo, en la formación y práctica de culturas propias y en la recepción de mensajes culturales provenientes de los “medios” y de los partidos políticos.


 

Fuentes:
Ana FREGA; Mónica MARONNA e Ivette TROCHÓN: Verano del 42 en "el país de los atajos”.
En VV.AA.: Las brechas en la historia, Tomo 1. Los períodos, Brecha, Montevideo, 1996, pp. 135-143. 
AA.VV. (Demasi, Caetano, Nahúm, entre otros)             
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